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Señera escritura, barbudo escritor, un corazón cíclico que no deja de latir



La escritura es un ejercicio de soberanía del alma a riesgo de errores ortográficos y de conceptos, mientras uno piense que lo hace bien vivirá en la quimera de la libertad, hasta que algunos pocos, muchos o infinitos empiecen como tal a sentir de algún modo el imperio de tus ideas, es allí cuando conquistas realmente, sin embargo mientras permaneces en la isla solamente tuya serás tan solo el rey de tu planeta, donde solo tú hablas y ordenas. Cuando pasas del monólogo al diálogo, es allí donde se logra el milagro, has cazado un cometa.

La escritura es también un acto de entrega y cuando logran aceptarte, a darte el abrazo fraterno que se encuentra en la lectura has entrado en una senda irreversible, dejas de ser tú mismo para ser otros y esos otros comienzan a ser tú.

La escritura hierve en verbos y mueve montañas, tiene en las palabras el dulce Alcívar de los semidioses, descubres en el aire las ideas que flotan y las dices cómo nadie puede hacerlo, es un material radioactivo que puede durar centurias y algunos diluvios, regresar a los dinosaurios, volar a velocidades luz y nunca se desgastará.

Ay de mí en la búsqueda de esa fuente de eterna juventud, de la que son capaces las letras aún cuando combinadas contengan el elixir de Babel y puedan construir la torre, es precisamente allí donde el hombre se hizo en las cavernas y Dios suspicaz anda dejando por allí invisible a los ojos lo esencial. Señera escritura, barbudo escritor, un corazón cíclico que no deja de latir.

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