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Pechín, un maestro a prueba de fuego




Antonio Pérez Esclarín, conocido por sus más cercanos como Pechín, es uno de los más importantes intelectuales y me atrevo a decir que filósofo de la educación venezolana de este y el pasado siglo. Por supuesto, Fe y Alegría, una de las redes de educación popular más grandes del mundo, ha sido su cantera e inspiración desde que se radicó en Venezuela, pues vale la pena decir que este español, originario de Berdún, un pueblito pirineo aragonés muy cercano a la frontera con Francia, muy joven quedó prendado de mi bella tierra de gracia, se nacionalizó venezolano, él es un venezolano más, una referencia insoslayable de la educación y a la hora de hablar de maestros, muy a propósito del día de hoy 15 de enero, cuando maestros y maestras viven más desmoralizados que nunca, pero en una verdadera resistencia, quienes aún siguen y apuestan por seguir formando almas en medio de la más grave crisis que ha tenido el país en su historia republicana, sin duda los hace merecedores del título de maestros a prueba de fuego, porque al igual que tantos educadores, Pechín sigue firme en Venezuela.

La forma como lo conocí fue la más inusitada. En aquella época, yo frisaba los 22 años y me dedicaba a la docencia, era en ese entonces maestro de tercer grado de básica. Estaba experimentando con aquello de un juego que denominé Los Comodines, era una especie de juegos con billetes de juguete donde recompensaba a cada niño de acuerdo con sus capacidades, aportes y logros. A medida que acumulaba e incentivaba el ahorro individual como mancomunado, incluso generando cooperativas, emprendimientos y una mini sociedad distribuida entre distintas profesiones y oficios a los cuales cada niño se ubicaba, era una especie de pequeña república en el salón de clases. Por cierto todo esto con muy buenos resultados. 

Llegué entonces al Centro de Formación Padre Joaquín en Maracaibo, donde Pechín es el Director. El Ángel de ese tiempo, año 2004, un joven desconocido, sin cita previa, ni nada, tan sólo con ganas de conocer a Antonio Pérez Esclarín, el autor de esos libros que me devanaban los sesos y motivo de inspiración de esa república, sin ningún tipo de ambages ni rodeos me atendió en su despacho.

"Caramba, hijo, es maravilloso lo que me cuentas", el corazón me latía, el maestro con semejante cumplido. El pellizco, pero no, era la realidad. Hablamos como si nos conocieramos de toda la vida. Al final, llegué con un proyecto, pero salí propiamente dicho así con mi primer empleo en las grandes ligas de la educación. Entré en el equipo de formadores universitarios que en aquel tiempo ingresaban en una especie de propedéutico  antes de recibir sus becas otorgadas por la gobernación del Zulia.

Claro, terminó el periplo de ese momento, yo continué la vida universitaria. Mi paso por la escuela básica nunca lo olvidaré. Trabajar con niños y niñas fue una de las etapas más hermosas de mi vida profesional, más todavía recibir el apoyo y enseñanzas de Pechín, y quienes conocen al dedillo el ámbito educativo venezolano, y más aún el relacionado al de Fe y Alegría, saben el valor de este recuerdo que siempre me acompaña.

Hoy oro mucho y pido a Dios que acompañe como nunca a los maestros venezolanos, quienes toda la vida, durante la cuarta y en la quinta, el verdadero valor de su trabajo no ha sido lo suficientemente reconocido. Ahora como nunca son unos verdaderos apóstoles y profetas, son testigos del verdadero amor de Dios manifestado en los rostros de sus estudiantes, quienes muchas veces llegan con el estómago vacío o abandonan pues deben salir a buscar el alimento de sus familias.

Todos los días del mundo Pechín y los maestros como él siguen en la verdadera resistencia, apostando por una educación en valores, en el saber con sabor, en arquitectos de almas. Jesús, maestro y pedagogo, acompáñalos en este viacrucis, es uno de los días del maestro más lúgubres de la historia, pero sin duda después de la tormenta siempre saldrá el sol.





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