Los últimos acontecimientos
en Venezuela han marcado un nuevo giro a los hechos y de cómo ese gran circo
político ha sumido a cada quien en sus miserias humanas y particularidades,
pensando que sus necesidades y sufrimientos son primordiales y están por encima
de los demás. Tirios y troyanos se dividen como nunca y precisamente el
asesinato de Oscar Pérez, el policía subversivo, actor aficionado, quien en un
modo algo particular hizo manifiestos de rebelión y resistencia vía redes
sociales, dividiendo con ello aún más las posiciones y crispado susceptibilidades
de bando y bando.
Debo admitir que Óscar Pérez
no fue santo de mi devoción, como muchos, pensé que era copartícipe de una
cortina de humo inventada por el mismo Gobierno pues los escrúpulos (demostrado
con su vil asesinato) los han perdido. Su linchamiento por terrorismo me
recuerda muchísimo a las mismísimas razones esgrimidas por George W. Bush
cuando las torres gemelas, esas dimensiones semánticas asumidas al calco por
este nefasto régimen de Maduro, Cabello, Flores, El Aissami y demás fauna
política de calificar las acciones de Pérez y su combo de terroristas
sencillamente fue desproporcionada cuando no pasaron más allá de amenazas
viralizadas en redes y el famoso acontecimiento del ataque en helicóptero que
no dejó víctimas ni daños qué lamentar, por eso muchos pensaron en una vil
treta, un arreglo más, en nuestro país el realismo mágico es un común
denominador.
La respuesta de los organismos oficiales, garantes de los derechos fundamentales, donde participaron elementos ajenos al mismo cuerpo de seguridad incluso, con alevosía, sin ningún tipo de miramiento y misericordia, actuaron de una manera fuera de Ley, sin el debido proceso, desproporcionada además a los actos delictivos (pues bien pueden así calificarse las acciones de Pérez) perpetrados por este grupo insurgente, tan insurgente como las FARC o ELN de Colombia que con tanto afán defiende ese mismo gobierno, tan insurgente como la ETA, tan insurgente como ISSIS, aún cuando estos sí pueden tildarse sin miramientos de terroristas porque en su haber hay cantidades inmensas de víctimas y acontecimientos que han generado pérdidas no solo a los gobiernos si no a la sociedad misma. Por eso la palabra terrorista hay que ponerla en remojo.
Recuerdo que todos esos que dieron las órdenes de asesinar sin piedad a un grupo insurgente que a todas luces y pruebas pidió clemencia en las redes, hay evidencias de ello, en 2006 y en 2012, invitaron al pueblo a votar por una Revolución del Amor, ya vemos como se caen las máscaras y pueden más las apetencias de poder, los cerdos estos tienen tomada la granja. Se parecen tanto, incluso superado en creces a sus tan acérrimos enemigos ideológicos Bush y Uribe, de las masacres de Pinochet, de las bandas de cabilleros adecos y los perseguidores de guerrilleros en los tiempos de Betancourt, queda en evidencia las miserias humanas y naturaleza de sus luchas por el pueblo.
¿Acaso se justificaba una acción de estas proporciones? En Venezuela no existe la pena de muerte, pero un hecho como este amerita la respuesta de los tomadores de decisiones en el mundo, no con ánimos de intervención (una palabra que asusta a los mercenarios y ladrones que gobiernan hoy Venezuela), si no como un precedente indiscutible de una violación flagrante de DDHH, esto sencillamente fue una masacre a sangre fría, esto indiscutiblemente sin incluir aquellas formas de coerción silente. Ojalá este caso no quede en los anales del olvido.
Lástima, me da pena ajena,
ver gente defendiendo estas acciones, ¿qué si atacaron instituciones del
gobierno, que si instigaban al odio, que si esos señores no eran unos
angelitos, que al fin el Gobierno toma acciones contundentes, entre muchos? Eso
es ponerse del lado de la injusticia, ¿costaba mucho usar formas suasorias, de
negociación, grabar el operativo para demostrar lo contrario y mediar para la
entrega? Lo que en años atrás combatían, se los digo sin ambages, me dan
tristeza, pues ahora son ustedes los que huelen a azufre.
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