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Mi mejor cuadro



Dicen que cuando uno tiene un hijo es como dejar una incógnita al tiempo. De hecho, con el poeta venezolano Andrés Eloy Blanco me atrevo a ir más allá, "cuando uno tiene un hijo tiene todos los hijos del mundo". Y ser padre es una experiencia que me ha salvado y me ha hecho mejor persona. Una amiga hondureña, Rosibel, una de las referentes de feminismo y equidad de género de Cáritas Regional, me decía que a diferencia de quienes no optan por la paternidad o maternidad, quienes verdaderamente sí optamos, nos llena una dimensión espiritual sobredimensionada, pues lo hijos de algún modo te despiertan un amor incondicional e ingente sin explicación lógica alguna.

En este sentido, ahora es cuando entiendo más a mi madre quien con sus amapuches y mimos aún siendo yo un adolescente, se desbordaba de amor pleno y maternal que en mi lógica "rebelde" era renuente a reconocer como tal más allá de "Mamá, me avergüenzas".

Hoy por hoy reconozco ese legado de ternura y que en este caso con el nacimiento de mis dos hijos, haya florecido de manera plena. Muy en el fondo, sin ningún desparpajo, siempre lo he dicho y mantenido, yo tengo un impulso maternal arraigado en mi forma de ser y sentir, eso sin restar un ápice a mi masculinidad, pues vale destacar, y de ese machismo sufrió mi padre, las manifestaciones de cariño y ternura son más propias de las mujeres. Yo, claro está, modestia aparte, me siento de ese ínfimo porcentaje que es la excepción.

Cuando Miguelángel nació, hace dos años exactamente, me propuse firmemente a practicar con él estos principios, incluso a hacer mella de los impulsos naturales de querer imponer un nombre homólogo al mío, aunque dicho sea de paso, este nombre compuesto, tenga, por supuesto, de base el lexema de mi nombre de pila, pero esto responde más razones de ascendencia en mi abuela, la bisabuela de él, Ángela.

Miguel, la primera palabra de esta composición, que junto al Ángel, formó este nombre, tiene para mí, en lo personal, un significado alegórico a San Miguel Arcángel, el guerrero, libertador de las almas cautivas, el que lucha contra el maligno.

Es así como en una primera instancia decidí nominar este, mi pequeño heredero, (al menos de letras y discurso, que ambas vienen a ser mis armas). Asimismo muy a propósito del discurso de las letras y las armas, motivado a uno de mis autores predilectos, Miguel de Cervantes, quise en ese juego de nombres poner por delante a este personaje, a este manco que con su vida y su obra me cae muy bien, tengo la corazonada de que fue un buen tipo, más allá de lo reseñado por sus biógrafos.

Asimismo si me decanto por los Migueles, no puede faltar otro egregio español, como Miguel de Unamuno, con quien aprendí digamos así a escribir, sin su consejo, en ese inolvidable libro Cómo se hace una novela, sería imposible para mí haber perdido el miedo.

Ese 9 de octubre Miguelángel llegó así, sin darnos tiempo de esperar, tres días antes, una amiga muy entrañable, de unas 80 primaveras acumuladas, Doña Heredia, en su sabiduría y sapiencia de estas lides, con su voz dulce, le dijo a mi esposa: "Ay mija, estáis madurita, ese niño no pasa de esta semana."

Y dicho y hecho, doña Heredia no se equivocó. Nosotros queríamos que naciera el 16 de octubre, dos meses antes de mi cumpleaños, pero este pequeñín decidió salir antes, casualmente ese 9 de octubre. Todo fue como novela de ficción, yo iba camino a la UBV donde trabajaba y donde nunca había señal, o por lo menos yo no tenía, pero ese día, casi a las puertas, luego de pasar Country Club, me llega la llamada, "Mi amor tengo dolores, estoy sangrando".

La tardanza fue cruzar nuevamente la vía de San Isidro, Los Dulces, sortear los trabajos de la Circunvalación 3 hasta llegar a la clínica. Miguelángel estaba prácticamente afuera, mi señora había roto fuente, todo fue una misma cosa, ingreso, pago, parto, en ese lacónico tráfago, tan rápido como parpadeo, llegó él a mi vida.

Es más, a la obstetra de confianza, la doctora Tibisay Quintero no le dio chance de llegar o el bebé no la esperó, contra todo pronóstico él salió, cuando decidió nacer lo hizo y en estos dos años de tránsito, a un día como hoy del año 2017, si bien articula no más de cinco vocablos bisílabos, ese niño me asombra con su poder de comprensión y decisión.

Cada ocurrencia realizada en esa caterva de gestos y balbuceos, se dibuja un pequeño hombrecito inteligente, su mamá dice "Parece un viejito", posee la mirada de los hijos de los Buendía, especialmente tiene esa mirada de Arcadio. 

Si bien es maracucho de nacimiento, Bogotá lo ha adoptado con su clima, él desde los 3 meses ha tenido una relación fraterna con el frío. Le encanta. Corre desnudo en la sala, se baña a diario, es inmune a este endiablado frío. Es un rolo declarado, con costumbres de la costa. Sin duda una combinación atípica.

Es que ser papá de Miguelángel es una experiencia que me reta y me invita a ser mejor, pues cada vez que lo escucho reír descubro la existencia de Dios y seguro estoy que lo último que escucharé en mi vida será su sonrisa de bebé, con ello garantizo el cielo. En momentos de soslayo, con el rabito del ojo, lo miro jugando carrito, me digo, ese soy yo con los ojitos de su madre. Porque de verdad en verdad, este bebé, aún sin ser yo pintor, es mi mejor cuadro.


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