Estamos transitando en Venezuela tiempos complejos por no decir oscuros y lo peor del caso es que uno no sabe a quien creerle. Estamos sumidos en un merengue sin fin, en momentos de desencuentro, donde lo efímero y fatuo, so pena de la ignorancia, se meten juntos en una licuadora y el mejunje no es nada bueno.
No soy opinador de oficio ni beneficio. Un ciudadano quizá. Sonaría manido (y rimbombante) llenarme la boca decir que el hijo del heladero y la ama de casa, aún cuando eso en cierto modo es factible. Soy de El Gaitero, un barrio venezolano de Maracaibo, desconocido antes de google maps, aunque con historias dignas de ser contadas, sobre todo con aquellas luchas emprendidas por aquel político zuliano Luis Hómez, de esos pocos honestos que vivieron en Venezuela.
El venezolano (y venezolanas) están harto susceptibles. Saramago quedó corto con su Ensayo sobre la ceguera. Con esto tampoco pretendo imponer mi razón, pues el meollo de toda piña colada llamada "Política venezolana o política a la venezolana" radica en los fanatismos arraigados que cada uno llevamos en los corazones. El peor mal del venezolano es ver todo en negro o en blanco, olvidando que la vida misma tiene sus matices.
El revanchismo, la retaliación, el agavillamiento, el mesianismo, el resentimiento, se fusionan y salen dos partidos políticos, salen los paladines de la justicia, los defensores del pueblo, todos caimanes del mismo pozo, quien los conozca que los compre.
Saltarán los improperios, vendrán los calificativos, el menos malo de guabino, gatopardo, tibio, vendido. Cada quien dice tener la razón absoluta, quiere imponer su agenda, sus criterios, su verdad. Lamentablemente la verdad no existe.
Cada quien erige su Dios político, toda una apología a las corrientes del pensamiento. Nadie cede en sus aspiraciones al poder, mientras tanto, los pobres, los humildes, las clases trabajadoras, sufren los avatares de una crisis social sin precedentes. La golpeada clase media, hoy desaparecida, en la nada, el desaliento invade. Las consejas sobran. Cada quien echando para su lado.
Y, por supuesto, no hay quien falte (llamemosles tontos útiles) que salga en defensa de esas cúpulas podridas de poder. Olvidaron que ser rebelde es ir en contra de la justicia y como dice el adagio, "Si tomaste partido por la justicia, recuerda que la justicia está por encima de tu partido".
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